jueves, 26 de abril de 2018


Espejito, espejito. ¿Quién es la más bonita del reino?
La realidad supera la ficción, desde luego. Lo hemos visto mil y una veces, pero es que en ocasiones el asunto lleva una carga de surrealismo que no sabes si estás en el mundo real o en una mezcla de Amanece que no es poco, El gran Lebowski y El camarote de los Marx.
No vamos a negarlo, somos igual de pesados o más que cualquier medio informativo, pero es que era imposible resistirse. Lo dantesco de la situación lo exige. No ya porque la cosa sea de risa, sino porque esto es un sin dios de magnitudes desproporcionadas.
A estas alturas ya sabéis de lo que va esto; Cristina Cifuentes y su particular bajada a los infiernos. Las últimas presidentas de la Comunidad de Madrid parecen hechas a prueba de bombas. Accidentes de helicóptero, de moto, y nada. Como los malos de Terminator, cuando crees que ha palmado, vuelven más fuertes que nunca. Y como son inmortales, pues se empeñan en cagarla por su cuenta para darle emoción a sus vidas.
Las estrategias de comunicación de crisis ante las tropelías que han liado son de partirse la caja de risa si no fuera por lo indignantes que resulta. Empecemos.
Esperanza Aguirre se marca un Grand Theft Auto con la Policía Local madrileña y se acoge a sagrado en su pisito de protección oficial amparada por sus escoltas. ¿Su táctica? Aquí no ha pasado nada.
Con el famoso máster de Cifuentes ha pasado lo mismo. Pío, pío que yo no he sido. ¿Y luego qué? Firmas falsas, documentos “reconstruidos”, renuncia al título. ¿En qué lugar deja eso la reputación de una institución como un gobierno? Saquen sus propias conclusiones.
Estamos ante dos casos de una pésima comunicación de crisis y, en estos casos, lo mejor es empezar por decir la verdad, hacerse con el mando del pulso comunicativo e intentar llevar los tiempos en función de un buen plan de contingencia.
En el segundo supuesto además nos encontramos con una institución educativa que tampoco ha hecho bien su labor en cuanto a comunicación de crisis se refiere, lo que, gracias al sálvese quien pueda de ciertos jerifaltes ha sometido al escarnio público y la cuestionabilidad de varios miles de docentes y alumnos de una universidad pública.
El desastre es obviamente mayúsculo. Lo ideal sería que ciertas personas públicas no incurriesen en según que actos deshonrosos y presuntamente delictivos. Pero una vez hecho, en comunicación hay que coger el toro por los cuernos y tratar de minimizar los daños. Todo lo demás es dar pábulo a rumores que engorden lo que ya está probado.Cambiando de tema un poco pero al hilo de esto, como el colmo de la desfachatez que da la sensación de impunidad de ostentar un cargo público gubernamental, nos encontramos a la por entonces número dos de la Asamblea de Madrid presuntamente robando unos artículos que perfectamente podía permitirse con su sueldo y que no son de primera necesidad. Resultado: una dimisión que ya debería haber llegado ante la primera sombra de dudas sobre comportamientos irregulares. El movimiento se demuestra andando, sobre todo cuando viene una crisis de las grandes.
El valor reputacional de Cristina Cifuentes carece de valor. Años para conseguir la confianza, minutos para derrumbarla.
La Universidad Rey Juan Carlos I ha quedado en mucho más que en entredicho. La pregunta es: ¿Qué tal le vendrá a Olay ser la crema que la ex presidenta de la Comunidad de Madrid estuvo presuntamente dispuesta a robar? ¿Lo asociaremos como un producto rejuvenecedor o endurecedor de caras? Veremos.

C.